Me gustaba,
me gustaba verla caminar con la vista media baja, comprimiendo su cuerpo y sus
manos apretadas, como pidiendo un favor al viento.
Me buscaba,
me buscaba con sus ojos medios turbios, horizontales, algo distraídos por la
vergüenza de buscarme.
Me quería,
me quería sacar de su cuerpo, me quería sacar de sus cuadernos, de su ropa. Mientras yo, todo mi esfuerzo lo canalizaba en hacerla
quererme, y me quería.
Me
olvidaba, me olvidaba que era yo el dueño de su tiempo y espacio. Me olvidaba
cuando no podía soportar la angustia del “adiós”, y de alguna manera,
prolongarlo cuanto se pudiera.
Me esperaba,
siempre en el mismo lugar, casi provocando una casualidad ficticia, un azar
artificial y utópico. Yo la espero.