febrero 22, 2013

Cuando beso la guitarra

Anhelo hacer temblar tus delicadas venas, esas que nacen y terminan en una distancia perfecta. Mis manos se impacientan por querer rozar la fragilidad de tu cuello, tus cabellos, la textura de tu piel. Es que los celos me consumen cuando alguien te toma por la espalda e intenta emular lo que solo tú y yo hemos vivido y descifrado. No basta con querer figurar y aparentar, pues lo que realmente importa es lo que sucede en la intimidad. En la quietud de una noche otoñal, fría, serena. En ese instante yo pienso y tú respondes. Tú piensas, yo me entrego a ti, desnudo y tu desnuda. 
Nadie tiene la capacidad de ignorarte. Repartes alegría y melancolía, no eres una más de la fiesta sino la más importante. Recorres el mundo haciendo reír y llorar. Te respetan, todos y todas te admiran y tú, tú sí que no sabes discriminar. Para ti no existen clases sociales, ni idiomas, ni estilos, ni modas. Eres lo que otros esperan de ti, te moldeas a sus necesidades a pesar de que algunos no te merezcan. Así de humilde, así de grande. 
Muchos te fotografían, muchos usan tu imagen, muchos abusan de ti. Me apena que te dejes explotar por cualquiera que se le dé la gana, sin pedir permiso, sin darte las gracias. 
Pero yo, mi amor, te agradezco todo y te reprocho nada. Cómo podría hacerlo, si al desempolvarte luego de todo un día haberme esperado, aún sonríes, te tomo en mis brazos y ya nada importa.
Déjame amarte una vez más cuando ya no haya esperanzas, cuando ya no haya algo que valga la pena. Porque todo puede desaparecer, inclusive el amor, pero tú preciosa mía, tú eres eterna.