abril 10, 2011

Séptima Sinfonía


12 de la noche. Suena la sonata para piano n°14 en Do sostenido menor, de Beethoven. Puerta cerrada. Del techo cuelga una soga firmemente amarrada a mi cuello en una actitud desafiante. Las teclas del piano suenan tan normales como si fuera un día común y corriente. La madera cruje pero no me intimida. Ya no siento nada, solo se que mañana no va a ser otro día. Se apaga de a poco mi sueño y de repente la silla que sostiene mi abatido y desproporcionado cuerpo ya no resiste y tiende a desnivelarse y a ceder a la gravedad. Hay un cambio de velocidad en la obra y mientras siento que mis venas rompen y atraviesan los tejidos de la piel de mi rostro cada vez va subiendo la intensidad de esta hermosa sinfonía del sordo maestro, pero la oigo extrañamente más lejana que segundos antes, parece que una pequeña llama se va consumiendo poco a poco como el sonido de mi corazón que ya no se donde fue a parar. Veo una serie de imágenes que me dejaron marcado alrededor de toda mi vida. Ya no escucho nada, solo desde mi perspectiva logro ver mi cuerpo desnudo atado a una cuerda que en fracción de segundos cae al suelo. Mi familia forcejea la puerta y logra entrar pero no da crédito a lo que sus ojos ven, pues es obvio que gracias a ellos esta pieza va a sonar eternamente en mis oídos. Se produce un silencio perpetuo. 


Me encuentro en la sala de clases otro desagradable día lunes, después de otro desagradable domingo, cortesía de mis amados padres, aunque a esta altura tendría que de alguna manera haberme acostumbrado a sus expresiones autoritarias, pues ellos quieren lo mejor para mi. Lamentablemente este cliché se esta transformando parte de mi diario vivir; “Solo queremos lo mejor para ti querido hijo”, ¿De donde vendrá esa filosófica idea?, ¿Quien habrá sido el genio que la usó primero?, y digo genio porque parece dar resultado, por muy ridículo que parezca. Escucho a lo lejos mi nombre y no me queda otra opción que elevar mi brazo hacia el cielo y decir “presente”, pero en mi interior surge una pequeña mueca de risa, estoy presente pero nadie lo nota, soy solo un cuerpo usando un lugar en el infinito espacio. Empiezo a imitar un piano sobre el pupitre, empiezo a ejecutar la sonata n° 14 de Beethoven, mi maestro, era mi destino escucharla eternamente. Extrañamente comienzo a sentir las sensibles y pesadas teclas sobre las yemas de mis dedos. Ahora logro escuchar a lo lejos como esta obra empieza a tomar su respectiva forma y estructura. Me equivoco, pero la comienzo denuevo. Me concentro, pero me veo rodeado de gente ajena a mi realidad, eso me asusta, se ven todos tan felices que me llega a dar asco verlos dialogar en conjunto como si nada pasara a su alrededor. Sus padres de seguro los apoyan en sus decisiones, en sus decisiones para elegir que futuro seguir, pero este no es el caso mío. Yo quería y era mi sueño convertirme en un músico. Quería sentir la ovación del público al escuchar a mi orquesta sonar tan armónicamente como el bello trinar de los pájaros en una mañana de primavera. Quizás no habría llegado a ser un músico recordado por la gente, o quizás si. Nunca lo sabré. Lo que si logré saber con certeza es que no voy a experimentar jamás el de hecho de haber tenido la oportunidad de demostrarle a mi familia y al mundo que existo, pues la música era lo que me mantenía vivo, era mi aire, mi todo, y si a alguien le quitan todo, si le quitan lo que mas ama en el mundo, difícilmente puede siquiera mantenerse en pie. Simplemente la música me hacia persona. 

No se como pero la hora parece volar. Afuera del aula veo la delgada silueta de mi profesora de historia, quien es una maestra de la música, pero que se inclinó por las ciencias sociales debido a que fue madre soltera a muy temprana edad, y con estudios de música no le alcanzaba según ella para su sustento y el de su hija. Por eso no me casé nunca, y no me casaré por el motivo que todos ustedes conocen; ya no existo y nunca existí en realidad. La profesora se acerca hacia mí tratando de decirme algo con su mirada; quiere que la siga hacia algún lugar pero no se adonde. Me mantiene intrigado hasta que me lleva a el último lugar del colegio, donde nadie puede vernos, solo para decirme de que ya sabe como hacer cambiar la errada opinión de mi padre, pero no le presto mucha atención ya que se que esto es imposible; mi padre quería convertirme en un médico famoso, lo que el nunca logro ser, su frustrado sueño de niño, pero mi amada profesora insistía en que encontró la forma de doblarle la mano y mientras habla, mientras salen de sus labios sus dulces palabras, mi corazón se contrae de una manera tan grande que no entiendo como puedo mirarla a los ojos, como puedo seguir respirando el mismo aire que ella respira, me pregunto como no he encontrado aún la forma de decirle o de tratar de explicar lo que siento hacia su persona, pero mi mente desentraña un no rotundo, es imposible, y si a pesar de esto pudiera sacar o expulsar de mi toda esa cobardía que llevo dentro desde el momento en que nací y lograra expresarle mis sentimientos, los mas probable es que no me creyera, o intentaría creerme pero solo lo tomaría como un capricho de un joven inmaduro. 

Mi amada termina de darme su método, pero le digo que es mas fácil bajar la luna del cielo que hacer lo que ella me pide. Ella quiere que yo componga una pieza musical dedicada exclusivamente a ellos y representarla en un gran evento, con una gran cantidad de autoridades y público. Le digo que no, pero ella insiste y me dice que yo solo me encargue de componer y que ella se preocupaba de lo demás. Me quedo en silencio, y me da una semana para pensarlo. Me dirijo a casa. 

Abro los ojos y veo una guitarra a mis pies, una armónica en mi velador, un bellísimo piano en la esquina, una flauta traversa colgada atrás de la puerta de mi pieza y unas cuantas partituras en la alfombra creando una mágica atmósfera. Me enorgullezco al saber de que todo lo que he contemplado, todas estas creaciones del divino Dios, las obtuve producto de mi esfuerzo, claro, mis padres jamás invertirían un peso en fomentarme lo que ellos denominan “Locura temporal”. Me levanto, voy al baño, me visto y me voy. Solo me han bastado 14 minutos. No alcanzo a desayunar, es muy tarde. Camino por la calle, el motor de los autos, el silbido del viento, el crujir de las hojas de los árboles al ser pisadas, la suave llovizna y el ladrido de un perro crean una dulce armonía, pero nadie lo nota. Después de haber caminado 4 minutos, llego al colegio. Me siento observado y a la vez ridículamente paranoico. Camino apresuradamente a mi aula cuando me encuentro de frente con mi amada profesora, y ella me pregunta si he pensado en lo que me había dicho. En ese momento digo lo primero que se me va a la mente; le manifiesto de que me gustaría intentarlo, pero que en vez de tocar una de las tantas obras mías, quería interpretar la 7º sinfonía de Beethoven, pues era mi favorita. Ella accede y queda todo firmado, ya me he comprometido. Pasan las horas y empiezo a asustarme al saber de que tendría que convencer a mis padres de que asistieran a mi concierto. Mi padre era el mas difícil de convencer, ya que mi madre no tenia opinión propia, y solo le llevaba el amén en todo a el, para que no se enojara con ella y no le diera una de esas golpizas que le propinaba cuando se mostraba en desacuerdo frente a alguna opinión que el expresaba. Quizás de ahí viene mi herencia de cobardía que arrastro desde el mes de junio, hace 17 años. 

La profesora de filosofía nos explica la tarea para mañana, pronuncia un cínico “Hasta luego alumnos”, y quedamos en libertad de acción, pero no quiero llegar a mi casa. La rutina cada día me carcome mi ser interior. No tengo amigos y en nadie en quien confiar, solo la música me da razón para existir. Llego a mi casa y abro el piano. Le paso tecla a tecla un fino paño para quitarle el polvo y todo rastro de suciedad. Luego me pongo a ensayar la sonata n° 14. No se porque la ensayo si la conozco mas que a mi propia vida. Me cuestiono y me cuestiono hasta que llego a la conclusión de que quizás lo hago para seguir con la maldita rutina. 

Golpean la puerta de mi pieza e ingresa mi hermano mayor, ese maldito hijo de perra que siguió sus estudios en el área que el deseaba de niño, el área de las comunicaciones, específicamente periodismo. Le pregunte que andaba buscando, pero no termine de hilar las frases cuando vi que su puño se acercaba a mi rostro con una velocidad endemoniada. Instantáneamente caigo derrotado al suelo. Intento recobrar el conocimiento cuando recibo una fuerte patada en el estómago y otra en la espalda. Quedé inmóvil, sin poder decir ni una palabra. Luego me toma del cuello de mi camisa, algo percudida y desteñida por el sol, y me dice que debía hacer lo que mis padres ordenaban, seguir mis estudios en la carrera de medicina. Me grita diciendo que no podía y no iba a negarme a la voluntad de mi padre. Luego me azota contra la pared, me escupe tres veces en la cara y se va con un aire triunfador. La sonata n°14 resuena en mis oídos. Intento dar un primer respiro y lo logro. Me recuesto en mi cama. Mi camisa, antes desteñida, ahora toma un oscuro color rojo granate, al igual que mis manos. Me siento en el piano e intento repasar la obra. Poco a poco las teclas van tomando el color de mi camisa ensangrentada. Se me resbalan las teclas debido a que se encuentran completamente cubiertas de sangre. Dejo el piano un momento y decido quitarme la ropa. Ahora, desnudo otra vez trato de comenzar a ensayar cuando mi madre y mi padre interrumpen bruscamente en mi privacidad. Alcanzo a percibir atrás de ellos el rostro preocupado de mi hermano. Pensé que al fin habían descubierto la gran golpiza que había recibido de parte del, lo abusivo que fue siempre conmigo,!al fin se hacía justicia! pero no. Mi madre fingiendo algún grado de preocupación me pregunta como me fui a resbalar en el baño. Mi hermano, tomando una actitud similar a la de mi profesora de filosofía, dijo que el iba entrando a mi pieza pues pretendía invitarme a un café, cuando entonces sintió un fuerte remezón. Según el explica, corrió desesperado para verme e intento reanimarme. Luego bajó apresuradamente y les aviso a mis padres. Después de estas explicaciones no hice nada más que seguirle el juego, para no ganarme más golpes desenfrenados de su parte, una cobardía al igual que la de mi madre hacia mi padre. Extrañamente después de escucharlo llego a un punto en que logro creer todo lo que el dice. Se me pasa por la cabeza de que mi hermano debía haber estudiado teatro. Me surge la duda si habrá estudiado lo que el deseaba, pero rápidamente vuelvo a centrarme en mi realidad. Al final el quedó como un héroe y yo otra vez como un estúpido. Al fin dejan mi pieza. Mi padre pone su mano sobre el hombro de hermano. Mi madre no hace más que retirarse callada y cabizbaja. 

Otra vez solo. Vuelvo a intentar practicar la sonata. Llevo 14 minutos tocándola y solo me quedan 16 segundos para finalizarla. Ahora quedan 14 segundos y pienso en que no necesito necesariamente un piano para ensayarla, sino que mi mente puede actuar fácilmente como cualquier instrumento. Quedan 4 segundos y alcanzo a dar un último suspiro. Termino la obra, abro la ventana y lo primero que logro divisar es a una pareja, que afirmados en un frondoso árbol se besan apasionadamente como si el mundo llegara a su fin. Me surge la figura de mi amada profesora de historia y rápidamente llegan a mi cerebro pensamientos descabellados en relación hacia ella. La llamo por teléfono solo para escuchar su voz, pero en fracción de segundos me encuentro hablando muy relajadamente y conversando de cosas que parecerían ilógicas pero que con ella al otro lado del teléfono se convertía en el tema mas importante que había hablado jamás. Le propongo juntarnos para conversar acerca del concierto y afinar ciertos detalles, a lo que ella accede con gusto, entonces nos veríamos a las 20:00 en un bar que muy poca gente frecuenta, al cual le llamaba el “bar de la brisa marina”, por muy cómico que parezca. Nos sentamos y le ofrezco un trago, pero ella me dice que no tenía porque pagar, y que ella invitaba. Yo, que había sacado gran parte de mis ahorros de toda la vida no acepté que ella me dijera y propusiera tal cosa, así que luego de una pequeña discusión la logre convencer de ser yo quien se pusiera con el pago final. Empezamos hablando de cualquier otro tema que no tenia ninguna relación a lo que veníamos, pero en fin. Después de una hora le dije que me costaba entender como ella iba a actuar y persuadir a mis padres para que asistieran a este evento, pero ella tranquilamente me responde que todo estaba controlado, que tarde o temprano ellos se tenían que dar cuenta de lo mal que habían actuado y que no podían seguir ignorando el talento que llevaba conmigo. Luego le conté de que el tema estaba listo, que me lo sabía casi desde el momento en que había nacido, entonces no podía ensayarlo mas, así que le pregunte que día se efectuaría el concierto. Ella lo piensa 14 segundos, me surge la duda y me responde que tenía todo listo y que si quería podía ser incluso mañana. En ese instante se me vino a la mente la imagen de mi padre diciéndome que esto iba mas allá que una “locura temporal” y que como se me ocurría pensar que el iba a ir a perder su tiempo para ver a su hijo haciendo el ridículo y que necesitaba un psicólogo y que yo era un inconsciente y que no pensaba en mi futuro, que mi inmadurez superaba todo límite etc., palabras de un viejo frustrado. Pero al imaginarme todo esto me arme de valor y le dije a mi amada de que estaba completamente listo y que en tres días mas perfectamente me atrevía a dar dicho concierto. Se asombró de la magnitud de mis palabras, no lo podía creer, hace un par de días atrás le decía que era imposible esa presentación pero ahora con voz fuerte y segura le decía que estaba listo para todo. Fijamos la fecha entonces para el día sábado 13 de julio. Todo estaba dicho. Solo quedaban 72 horas y fracción para el día más importante de mi vida. El reloj marcaba las 23: 50 de la noche y decidimos irnos cada uno a su hogar. Obviamente yo voy a dejarla hasta la puerta de su casa y luego me despido de ella con un agrio beso. Llego a mi hogar y todas las luces están apagadas. Subo la escalera, me tomo un remedio y me acuesto, pero me quedo pensando cerca de media hora sobre ese gran día que se viene. Me imagino la ovación de la gente, con pañuelos blancos moviéndose alzados hacia el cielo, pero no me doy cuenta hasta que caigo en un sueño profundo. 

Es día jueves, 7:14 a.m., me levanto de mi cama, camino un poco, miro a mí alrededor, tengo un mal presentimiento y decido no ir a clases. De regreso a la cama. Tomo un poco de agua y dejo el vaso en su mismo sitio de origen, mi velador. Leo un poco, pienso mucho. Beethoven resuena en mis oídos, siento que mi ser interior me quiere decir alguna cosa importante, algo malo va a suceder. Se me viene a la mente mi colegio, mi sala de clases, mi pupitre, mi silla y todo lo que me rodea. Mi corazón se acelera de a poco pero a una velocidad constante. No puedo quedarme tranquilo. Luego de 7 minutos siento que el suelo empieza moverse, las rosas de mi escritorio se caen. Mis instrumentos al remecerse con el suelo, todos al mismo tiempo originan una distorsionada melodía. Luego de medio segundo ya no es solo el suelo que se mueve, sino que toda mi casa, todas mis cosas están en el suelo. Se me vuelve a mi cabeza la imagen de mi profesora de historia. Intento correr al colegio pero no puedo mantenerme en pie. Cuando al fin llego mi lugar de estudios el temblor ya había parado. Llego a mi sala, esta todo desmoronado, lo que me rodea es un desastre. Busco a mi amada, pregunto por ella desesperado. Me voy resignando a la idea de no tener ni un dato de su paradero cuando escucho una conversación que decía que a la profesora de historia le había caído una parte de la muralla de mi sala en la pierna y otra en la espalda, y que se la llevaron en el auto del director a la clínica francesa de urgencia. Sentí como si me apuñalaran el corazón. No emito ni un gesto, ni una palabra, nada. Me voy caminando hacia mi casa con lágrimas en mi rostro. Llego a mi pieza, me desvisto, me ducho y parto en busca de la clínica. No me demoro mucho ya que varios de mis familiares se han quedado allí cuando han tenido que ser operados o cuando están muy enfermos, incluso yo nací en dicho lugar. Entro rápidamente para buscar en que sala se encontraba. Le pregunto a la secretaria por una tal Florencia Retamales, y me dicen que esta en la sala 714, pero que no se recibían visitas. Traté de entrar a escondidas y lo logré. Me encontré frente a la sala 714 del 2º piso. Entro despacio y lo primero que veo es su rostro mutilado y lleno de heridas. Me paro frente a ella y me sonríe. Le digo que tiene que estar tranquila, que Dios sabe porque hace las cosas, y que su voluntad aunque muchas veces no la entendemos, es perfecta. En ese momento sus ojos brillaron, me imagino que de alegría al escucharme. Me despido de ella y le digo que mañana iba a volver. De mis ojos no dejan de caer lágrimas. Otra vez en casa. Me dejo caer en mi cama y me duermo rápidamente. 

Día viernes, me levanto muy temprano y por primera vez en mucho tiempo me preparo un desayuno. Después tomo un colectivo para ir a la clínica. Entro rápidamente en busca de la sala 714. Extrañamente no hay nadie en los pasillos, lo que facilita mi tarea. Llego a la sala y a los pies de su cama hay dos doctores. Me preguntan que cercanía tengo con ella y yo me hago pasar por su sobrino. Salimos de la pieza y me dicen que ella no tiene ninguna posibilidad de vivir, y que siendo optimistas, podría mantenerse con vida hasta 2 días como. Tranquilamente me despido de ellos, les digo hasta luego y mi mente queda en blanco. Vuelvo a la pieza 714 y me siento en el suelo. ¿Cómo decirle en este momento tan difícil que la amaba con todo mí ser? No podía. Me quedo durante varias horas viéndola como duerme. No me hacía la idea de que la persona que mas amaba en el mundo se fuera a morir, no lo podía entender. Me quede durante varias horas observándola dormir, sin poder hilar un pensamiento. El auxiliar de la clínica me despierta y dice que ya es hora de que me valla. No me di cuenta como me quede dormido. Ya eran las 23:50. Me voy a paso lento de la clínica. Al llegar a casa me encuentro con mis padres, como de costumbre peleando. Veo a mi madre en el suelo con una mano sobre su rostro ensangrentado y mi padre enfurecido. No le doy mucha importancia. Luego me encuentro de frente con el desgraciado de mi hermano, cruzamos miradas pero ninguna palabra sale de nuestras bocas. Él, como había dejado la puerta de su pieza entreabierta, me decidí a asomarme muy silenciosamente y vi en su cama libros que contenían materiales de actuación, de escenografías y de teatro. Me di cuenta de inmediato que el nunca quiso estudiar periodismo, que su vocación y pasión siempre fue la actuación, que pena. Al final termino siendo un desgraciado y un cobarde igual que yo. 

Por la puerta dejan una carta que llevaba mi nombre y decía que mañana me esperaban para la presentación de la sonata n° 14 de Beethoven. Mas abajo salía la firma de mi profesora de historia, entonces supe que esto lo había preparado con mucha anticipación, y me propuse a no defraudarla e ir a la presentación que se realizaría en el teatro de concepción. Luego de leer esto me armé de valor y les dije a mis padres de que si querían ir a verme al teatro concepción, pero no dijeron nada. Me fui a mi pieza con la mentalidad de hacer lo mejor ese día sábado, en honor a mi amada, ya que al hacer esto, ella estaría completamente feliz. 

Llegó el ansiado y odiado día sábado 13 de julio. Sabía que sería el último día que podría estar con mi profesora, pero también sabía que era la oportunidad de mi vida de demostrarle al mundo entero mi pasión por la música. Voy con mucha nostalgia a la clínica francesa, esa clínica que me vio nacer y que ahora va a ver morir a mi amada. Entro a la pieza de ella y me dice que se esta muriendo, pero que igual debo tocar en esa presentación. Le prometí que así sería y le digo llorando, que mi corazón no puede entender porque debía pasar por todo esto, a lo que ella me responde diciendo que la voluntad de Dios es perfecta, aunque uno no la pueda entender. Luego surge algo que me inquieta a declarar mi amor por ella, pero tengo miedo de que el último momento de su vida se vea empañado por esa situación y que se decepcione de mí. Mientras me cuestiono esto, me dice que su hija se encuentra con su abuela en Puerto Montt, y que como no tiene más familiares en chile, yo soy la única persona con la cual compartirá sus últimos momentos de vida. Entonces no pensé mas en quedarme callado y que ella se muriera sin saber lo que yo sentía. La tome suavemente de las manos, la miré fijamente a los ojos y le dije que era la persona que mas amaba en este mundo, era la mujer más bella que podía pisar este planeta y que estaba completamente enamorado de ella. No la deje decir una sola palabra, la tome delicadamente de la cara y le di el beso mas apasionado y desesperado que pude haber dado en toda mi vida. Ella sonrió, no dijo nada, nos miramos por 7 segundos y de a poco se fue apagando la luz de sus ojos. Murió exactamente a las 19:14. Me quede aferrado a su piel llorando durante 2 horas. Luego me llaman y me dicen que el concierto de las 22:00 de este día sábado se iba a cambiar para el domingo a las 23:00, yo digo que no es el momento para hablar, pero que lo tendré en cuenta. Con un sentimiento de extremo dolor llego a mi casa y lo único que quiero es dormir para olvidarme de todo y para que mañana pueda concentrarme y cumplirle la promesa a mi fallecida profesora, ejecutar la obra.

Sale el sol. Día 14 de julio, y con la imagen latente de mi amada mujer me propongo a ensayar por última vez la preciosa obra. En la tarde no hubo velatorio, sino que la enterraron de inmediato pues ella lo pidió así, las razones las ignoro. Entonces asistí a su funeral a eso de las 20:00, le deje una carta con una rosa en su féretro y me fui del cementerio. Triste tarde lluviosa. Me preparo tranquilamente para dar aquel concierto. Me ducho, me visto completamente de negro, me lustro los zapatos y me peino. Me dieron las 22:40. No puedo dejar de pensar en mi profesora, llevo un dolor inexplicable en el corazón, y solo me anima la idea de cumplir a la promesa estipulada. Extrañamente recibo una carta de la misma procedencia que la anterior, diciéndome de que el concierto no se podrá efectuar, y que el teatro concepción será demolido en 2 días más, a petición de mi padre. Termino de leer, levanto la vista y veo la risa irónica de mi estúpido viejo, y me dice que la vida no se vive de pasiones, sino que de dinero, y se va. Todo mi mundo se viene abajo, siento que soy nada y no hay escapatoria. No tengo a nadie, ni a mi profesora, ni amigos, ni familia. No puedo ejercer mi pasión por la música y no pude cumplir la promesa que le hice a mi amada. Veo una silla en mi cuarto. Voy y corro por toda la casa en busca de una soga, hasta que al fin la encuentro. Cierro la puerta y me desnudo. Ahora solo una cosa me queda por hacer. Son las 23:59. 

1 comentario:

  1. creo q esta historia la leí hace mucho tiempo... me gustan tus escritos , interesantes...

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